El artículo que sigue, escrito por Eduardo Sánchez, es precioso y recoge algunas cualidades de María Jesús. Al leer: «ser mujer, ser joven y tener las ideas claras, son tres armas de destrucción masiva en la política«, me sobrecojo y se me pone la «piel de gallina», porque yo también experimenté una discriminación parecida a la que sufrió María Jesús y por desgracia también sufrí un grave accidente de tráfico en el ejercicio de la responsabilidad política…

Sirva este texto de Eduardo, transcrito en blog para sumarme a los innumerables testimonios de reconocimiento y gratitud hacia María Jesús que en estos días se han hecho públicos.

Publicado el 22 de mayo en TRIBUNA ALTOARAGONESA del Diario del Alto Aragón, Por Eduardo Sánchez Salcedo, Amigo de la Chusa

Discrepo, Ascensión

Cuando la vieron por primera vez, María Jesús explicaba a una monja del Colegio Mayor Azaila que sus padres tenían un bar en Albalate de Cinca, y que ella les ayudaba todo lo que podía los fines de semana. Cuando compartieron piso de estudiantes, ella era la encargada de servir: «Soy la bar woman», decía. María Jesús era trabajadora, constante, lista, tozuda, decidida, valiente y positiva: «El cero y lo tengo, así que todo lo que saque será para mejorar», decía cuando se enfrentaba a un examen.

María Jesús decía al pan pan, y al vino vino. Si tenía que decir algo, lo decía. Cuando el entonces ministro Rodrigo Rato dio una charla en Zaragoza, ella, estudiante de Económicas, se levantó para tomar la palabra y le espetó: «Discrepo, señor ministro”. Ese «discrepo, señor ministro», le acompañó en todas las cenas de amigos en las que echábamos risas recordando años de universidad e historias que nos contaba ella, la Chusa, de las cuadrillas de amigos, del pueblo, de las fiestas de Belver, de Villanueva, de las rancheras que bailaba mediante vueltas rapidísimas imposibles de seguir. »Labios de fresa, sabor de amor», pedías con tus amigas en los bares antes de cerrar las «quedadas» anuales.

María Jesús tenía tres nombres: María Jesús Ascensión. Ascensión, como su abuela y como la amiga de la familia que tanto la cuidó: María Jesús tuvo la suerte de tener tres madres, en una familia de cariño, apoyo y muchísimo trabajo. Estaba siempre volcada hacia su familia. «No sé para qué se matan atrabajar tanto mis padres», decía la pobre, sin reparar que ella era idéntica.

El tercer nombre, Ascensión, nos trajo de cabeza durante unas horas cuando preparamos las papeletas del Senado, hasta que aclaramos la duda de si era preciso incqorar el tercer nombre y subsanar el error. A partir de ese momento, mi amigo Rafa y yo, le llamábamos con mucha coña, simplemente Ascensión.

Fue mi mujer, Elena, quien le avisó de que había salido un anuncio de empleo en Sodemasa que le podía encajar. Estaba contenta en su plaza de técnico en la Comarca del Cica Medio, pero volver a Zaragoza le facilitaba seguir ligada a la Universidad como profesora asociada. María Jesús consiguió el nuevo puesto y solicitó excedencia en la Comarca. Encajó perfectamente en su nueva empresa. María Jesús era precisa y exhaustiva: «Yo no sé hacerlas cosas mal; si me pongo, me pongo, y si no, no lo hago».

Sus documentos eran perfectos: sí te entregaba algo María Jesús, podías tener la certeza absoluta de que lo que allí ponía iba a misa. Esa perfección no pasó desapercibida: era justo cuanto requerían nuestros jefes, Alfredo y Ana Cris, cuando tenían entre manos proyectos o reuniones de importancia. Su labor, por ejemplo, fue decisiva para movilizar el ingente trabajo del Programa de Desarrollo Rural Sostenible, del que llegó a ser, sin duda, una de las mayores expertas del país.

Poco a poco, con el roce del trabajo, la entrega y la lealtad, se fue metiendo el gusanillo del aragonesismo en una joven que siempre había estado interesada por la política. Y así es cómo dio el paso para afiliarse al Partido Aragonés. A aceptar formar parte del Comité Nacional. A ir en las listas de su pueblo. A ser concejal. Vicepresidenta del Comité Comarcal. Y finalmente, a tener el honor inmenso de ser elegida Senadora por el Alto Aragón.

Preparando los mítines, en su casa, una vez se me derrumbó en sollozos: «No es por mí… es que no querría dejar mal a los jefes», decía la pobre. Aprendía rápido. Era una esponja de los torpes trucos sobre comunicación que podía darle. Su voz se quebró también cuando intervino en el acto de campaña de su pueblo, cuando, en los agradecimientos nombró a su familia, a su tío Antonio… María Jesús era emotiva, vivía con el corazón en la mano, algo poco habitual en la política. Se creía lo que decía. Me recordaba a Marina y Ana Cris, también de la «Escuela de Boné». Gente de garra y de palabra.

María Jesús no lo tuvo fácil. Se lo tuvo que ganar todo a pulso. Ser mujer, ser joven y tenerlas ideas claras son tres armas de destrucción masiva en la política, que demasiados cancerberos pretenden desactivar cada día, por acción u omisión. La política, a menudo, es un bosque de selectos árboles monumentales, estratégicamente repartidos para crecer como secuoyas, en cuyas sombras no crece planta alguna.

«Me voy a dejar las pestañas», soltó a los medios en la campaña electoral. «Menudo titular has dado», le dije. Cuando se desesperaba por la nula capacidad de maniobra en el Senado, le animábamos a que se dedicase a la provincia de Huesca, que recorriera el territorio, que estuviera cerca de la gente, ayudando en lo que pudiera. Es lo que hizo, afanosamente. El sábado, después de volver de Biescas, iba a ir a Fraga. El domingo, a Alcampell. Preguntó a Antonio, de Castillonroy si quería que se acercara también a la romería de su pueblo. «Tranquila, no te apures, ya vendrás a las fiestas de agosto -le dijo Antonio-, que así te podré invitar a un trago».

María Jesús, tozuda ella, no cejó hasta que consiguió el presupuesto para restaurar la iglesia de Albalate. «No me casaré hasta que no la arreglen», decía. «iY si se retrasa mucho…? Bueno, entonces me casaré en Chalamera”. Fue también Elena, mi mujer, quien había presentado a María Jesús y a Jorge, un 20 de mayo de hace seis años. Ella, amiga de residencia y de piso. Él compañero de la carrera, de Químicas, con amigos comunes de Bujaraloz.

Jorge y María Jesús estaban radiantes el 11 de agosto de 2012, cuando salieron de Casa Burró. Hacía un calor asfixiante. Mi hija Leti llevaba los anillos para «tía Chusa”: María Jesús fue puntualísima en su boda. Me negó así su fama de tardona: tanta llamada de teléfono, tanto wasap, tanta precisión para rematar un escrito, la llevaban a demorarse cuando quedábamos. «Sí, ya lo sé, llego tarde, pero es que…», y te relataba sus cuitas, al igual que en las interminables llamadas de teléfono.

El viernes, desayunando en las Cortes, donde venía a menudo a ayudarnos y a preparar sus iniciativas, hablamos del viaje a Biescas del sábado y de toda su agenda del fin de semana. Comentamos también la necesidad de preparar algo en defensa de los bienes de Sijena. De promover alguna iniciativa para jóvenes emprendedores. De escribir un artíulo de opinión sobre el déficit asimétrico y de si, a cambio de semejante injusticia, el Estado debería compensar con más infraestructuras en Aragón. De la recién creada asociación Disport, que tanto le ilusionaba, junto a José, el compañero concejal de Albalate. De que querías quedar con Pilar, de Monzón, y con César, de Tramacastilla. Hablamos de la mala racha de Funerales que llevábamos. Y no sé cómo, salió el tema de la carretera. Y en la casualidad más siniestra que he vivido jamás, llegamos a bromear juntos sobre lo aburrido que debía ser el funeral de una senadora. Fue justo lo último que dijimos, al salir de La Aljafería, Ana Cris, María Jesús y yo, el viernes a mediodía. Y quedamos en vernos el lunes, en la exposición de los 30 años de las elecciones autonómicas.

Cuando ella iba al Alto Gállego solíamos subir juntos en mi coche, para llegar con el orgullo de quien presume de mi amiga senadora. Esta vez yo no podía, porque tenía comunión en Ayerbe. Un par de horas antes del accidente, le escribí desde el banquete: «Dale recuerdos a los de mi zona”: «Ok», me contestó, y me informó, también por wasap que había muerto la madre de Antonio Gasión. «Yo no podré ir’, se lamentó. Después, compró una maceta en la Feria de Biescas y se lo anunció a su madre por teléfono.

«Me traías una maceta, y mira ahora las flores que tienes tú», lloraba la madre, Maricarmen, abrazada a ti, con la abuela Ascensión, el lunes en Casa Burró. Después sonó el órgano que tantas veces tocaste tú, en tu iglesia. Y te aplaudimos al salir. Lucía, que compró una maceta idéntica en Biescas, en el mismo sitio que tú, se la llevará a tu madre.

Discrepo, Ascensión, de que hayas sido tan jodidamente puntual para irte. Discrepo del drama de Jorge, de tus padres y de tu abuela. Discrepo de este vacío, de este teléfono sin wasap, llamadas ni ilusión. Toca tomar una decisión: dar un paso adelante o un paso atrás. Trabajar por ver cumplidos tus ilusiones o seguir callados en la estúpida inercia del día a día. Veremos. Hay que descansar. Mañana será otro día.

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