A menudo, el pluralismo se expresa, sobre todo, en la diferente importancia que unos y otros asignamos a los problemas que afectan a nuestra sociedad y, por tanto, discrepamos en la distribución del presupuesto y de los esfuerzos que hayan de invertirse en su solución.

El ecologista considera prioritario el cuidado del medioambiente, otros el autogobierno y el socialista la iniciativa estatal y la redistribución de la riqueza. Como los recursos son limitados y las cuestiones complejas, resulta imprescindible establecer prioridades entre los objetivos a los que de hecho se va a prestar atención. A veces estas preferencias no son del todo racionales y por eso se resuelven mediante votación. Se votan aquellos asuntos en los que no resulta posible llegar al entendimiento racional o en los que no merece la pena invertir más tiempo en su estudio y deliberación. La votación es el método para dirimir el desacuerdo, pero en los asuntos realmente vitales para un país es deseable siempre llegar al acuerdo, al genuino entendimiento racional.

El miedo a la racionalidad, a la discusión abierta, sincera, que busca soluciones, es una de las fuentes del totalitarismo. “El debate -escribía Hannah Arendt- constituye la esencia misma de la vida política”. Donde no hay debate público no hay libertad ni hay entendimiento racional: ese es su formidable valor.

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