EJEMPLAR. El impacto del ejemplo aumenta exponencialmente siempre con el cargo o con la autoridad moral (con independencia del organigrama). Una falta de tacto que en un empleado resultaría inocua puede mermar notablemente la aceptación de un jefe. Si a esto se añade la memoria selectiva que todos practicamos… En 2000 el PSOE sufrió una de sus peores derrotas electorales y cambió de dirigente en ese momento de debacle. Su nuevo líder, hoy presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se manifestó entonces partidario de «dar ejemplo en vez de caña».
AUTOCRÍTICO. Suele admitirse que la colegialidad directiva que nunca propicia discrepancias resulta estéril o que, si dos socios están siempre totalmente de acuerdo en todo, sobra uno de ellos. El que fue director de The Washington Post tanto en momentos de gloria para el diario (Watergate) como de vergüenza profesional (fraude de un reportaje premiado con el Pulitzer) aprendió y transmitió lecciones de aplicación universal. Ben Bradlee (La vida de un periodista): «Cuando se trate de algo realmente grande, busca al menos alguien que muestre su desacuerdo y escúchale (…), busca a periodistas y redactores jefes que tengan sus reservas. Anima a la gente a que exprese sus peros». En esta línea se expresa Javier Fernández Aguado acerca de los directivos: «Sólo los válidos atienden a quienes disienten». Aristóteles aseguraba que «el adulador es una especie de amigo inferior» y hoy todos aceptamos que el mejor amigo es el que sólo habla mal de ti contigo.
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