SOCIABLE. Quien no se autogestiona adecuadamente en lo personal con dificultad llegará a dirigir a otros en lo profesional. La vida privada marca, tanto, que lo laboral se resiente si se resquebrajan dos pilares de relaciones imprescindibles: la familia y los amigos. Manuel Azaña escribió en su diario: «Hablar con un amigo me alivia. Recibiendo tantas visitas y tratando de la mañana a la noche con tal número de gentes, resulta que vive uno en gran soledad y aislamiento».
ESCUCHADOR. Paradoja: todo directivo asegura escuchar, pero pocos empleados afirman sentirse escuchados. Conviene hablar menos «de» y más «con» la gente. Un veterano político con óptimas fuentes de información relataba a propósito de la matanza del 11-M y las excepcionales jornadas posteriores hasta las elecciones: «Yo con el teléfono bloqueado porque, mientras estás con el aparato pegado a la oreja, a ti te preguntan, pero tú no recibes información». Al margen de situaciones tan extraordinarias, si uno carece del mínimo magnetismo para que alguien le cuente algo, siempre queda el recurso a preguntar. Algunos expertos sugieren incluir entre las prácticas de dirección de personas algo así como conversar con los colaboradores de forma distendida fuera del entorno laboral.